Nos vamos del rastro nipón asombrados por una peña de chicas que se ponen con grandes carteles a vender no sabemos qué. Aunque preguntes no te contestan porque o te rehúyen o no entienden ningún idioma que no sea el suyo. Intercambian ropa, entradas de conciertos, pero no entendemos muy bien por qué hacen eso. Es como una especie de Ebay en plena calle.
Pillamos el metro para ir a una de las paradas obligatorias en Tokyo: el parque de Yoyogi. Es mundialmente famoso porque allí se concentran por metro cuadrado más frikis que en cualquier otra parte del mundo (incluida Sevilla, mi chico es de allí y bien lo sabe). Pero al llegar, aunque nos sorprende de entrada ver tanta gente disfrazada, esencialmente adolescentes, la cosa es un bluf. Sólo se ponen en un pequeño puente, y digo se ponen porque básicamente de lo que se trata es de disfrazarse y salir a la calle. Se dejan hacer fotos (los únicos japoneses que se dejan hacer fotos) y vacilan bastante. Pero lo dicho: esperábamos más.
Alucina.
Y una émula de Marilyn Manson. Ah!!
Lluch y yo haciendo amigas.
Las novias niponas de Peik y Jose.
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